Galatea 2.2 by Richard Powers

Galatea 2.2 by Richard Powers

autor:Richard Powers [Powers, Richard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1995-01-01T00:00:00+00:00


Desde el día en que vi la fotografía de Lentz, mi corazón se apartó del proyecto. En el momento en que le obligué a observar la instantánea pegada en el calendario mientras yo le observaba a él.

—Lentz, ha estado machacándome como ha querido.

Soltó una risotada, si es que llegó alguna vez a darme tal satisfacción. Le había hecho gracia el verbo que yo había elegido. Había descolgado el calendario; lo había escondido. Quizá hasta destruido. Había que centrar la cabeza del muchacho en el objetivo. Con ello consiguió el efecto contrario al que pretendía.

—¿Por qué estamos haciendo esto?

Me quedé mirándolo y mi silencio hizo explícita la amenaza de una huelga general. Yo seguía siendo la única persona a quien G escuchaba. Si yo no le hablara a la máquina, aquella no iba a aprender mucho más. Y declaré que no iba a hablarle a G hasta que Lentz me hablara.

—¿Que por qué estamos…? Porque, Marcel. Porque, en caso de que no se haya dado cuenta, tengo la desgraciada costumbre de meterme, públicamente, en camisas de once varas.

Eso era lo máximo que estaba dispuesto a admitir sobre lo infortunado de aquel proyecto. Pero al mismo tiempo era una oferta para quedarse solo. Una trampa. Una estrategia para quitarme de en medio, ahora que yo le pedía explicaciones.

—¿Qué piensa sacar con esto, Lentz? ¿Por qué malgastar un año? ¿Cuál es su motivo?

—Poeta, ¿no se ha enterado todavía de que la ciencia no tiene…?

—Maldito sea. ¿No es capaz de hablar de hombre a hombre por una vez?

Mi salida no provocó más que un cansado levantamiento de ceja.

—¿Qué significo para usted, para que llegue a molestarle tanto? Utilíceme si es que le interesa el proyecto. Simbiosis. O de lo contrario… —Dejó la amenaza en el aire, como un corredor de maratón deja la saliva colgando de sus labios—. De lo contrario responda usted en la prueba final como si fuera una caja-negra. Esa es la solución. Ahórrenos todo este sórdido proceso respondiendo usted. Por mí no hay problema.

Encendí el micrófono de G. Exhalé mi airado aliento en el micrófono. Le recité un pareado de memoria.

—«Oh, qué enmarañada telaraña nos ponemos a tramar, cuando desde el principio nos decidimos a engañar».

Las luces piloto en el acoplador indicaban el esfuerzo que hacía G por parafrasear.

Lentz se humedeció sus labios resecos.

—Powers. —Su voz había cambiado—. Nuestro jovencito no está preparado para la ironía. —Sacudió su cuerpo de flan hasta erguirlo. Se fue al diccionario Bartlett que yo había plantado en el estante, encima del terminal de UNIX—. ¿Marmion? —preguntó, imitando muy bien un tono de perplejidad—. ¿El maldito Walter Scott está en la lista? Pues abandono.

No quise darle el gusto de reírle la gracia.

Por un instante aterrador amenazó con plantarme una mano en el hombro. Dios sabe qué partículas podría haber despedido una colisión como aquella.

—Marcel, Marcel. —Suplicándome. Ya ni siquiera sabía lo que sería más cobarde por su parte, si la honestidad o la compasión—. Al final me va a obligar a hacerlo ¿a que sí?



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